La Comunidad de la Roche d’Or recibe su nombre de la colina en la que está emplazada a las afueras de Besançon. Las casas, ubicadas en la ladera de la colina, se integran en un marco pintoresco que domina el río Doubs, con numerosos senderos que recorren las laderas rocosas y arboladas.
Desplegándose progresivamente desde el 1954, el emplazamiento cuenta en la actualidad con varios edificios que se comunican entre sí, discretamente situados en medio de acondicionados jardines y zonas arboladas. El conjunto, parques y construcciones, constituye un amplio espacio de acogida, permitiendo cómodamente los encuentros comunitarios para la escucha de la palabra, así como la intimidad y la soledad para un verdadero reposo interior.
La misión de la Roche d’Or es anunciar el Evangelio, la primera predicación es ante todo la acogida abierta y llena de bondad hacia las personas que llegan, como si se les estuviera festejando y así llegar a sentir que su vida es hermosa; a la mayoría de las personas les cuesta creer en su propia bondad… ¡Qué aprendamos a crear espacios de bondad…! Roger Robert
En 1954, La Roche d’Or era una casa en malas condiciones, con ocho habitaciones, un tejado ruinoso atravesado por un árbol y estaba rodeada de un terreno en barbecho. Para lograr que viera la luz este amplio conjunto de edificios que constituye hoy la Roche d’Or, su parque arbolado y sus terrazas desde donde se contempla el Doubs, se necesitaron décadas de trabajo, a menudo en condiciones difíciles tanto humana como económicamente.
De esos primeros años Florin Callerand decía: “Desde el principio fui seducido por la situación topográfica del lugar. Sentía que debíamos poder ocupar ese espacio cuidando las laderas, girando en torno a los árboles y a las rocas, con el fin de poder incorporar las edificaciones, si esto llegara, en el paisaje. Aterrizamos ahí donde la naturaleza nos saludaba, diciéndonos que podíamos asentarnos y así lo hicimos, paso a paso, sin más planificación que la visión que iba, casi siempre renovando mientras recorría las laderas del Rosemont, para contemplar los lugares en los que construiríamos lo que tuviéramos que construir”.
Acoplándose a los perfiles y al relieve de la colina, los edificios se desarrollaron en el asombroso espacio verde que brinda el pequeño valle a dos pasos de la aglomeración de Besançon.
Necesito una catedral de árboles para que la Palabra de Dios pueda ser anunciada. Los caminos, no son en ningún caso, diseños, ni laberintos para pasearse. Son caminos que conducen al encuentro con Dios, porque el mundo es un inmenso sacramento. Florin Callerand
En el museo de Besançon se puede ver una vitrina dedicada a la “comunidad de la Roche d’Or”, estación neolítica del tercer milenio antes de Jesucristo. Con un sílex tallado por esos lejanos antepasados, cada año el sacerdote grava el alfa y omega en el cirio pascual. El oratorio situado en las terrazas delante de la gruta, refugio de estos antiguos habitantes, fue la primera capilla de la comunidad y ofrece un espacio privilegiado de silencio y contemplación.
Por lo tanto, no es nada sorprendente que al hijo apasionado de Theilhard de Chardin, que fue Florin Callerand, le gustara configurar estas terrazas y en ellas recibiera las gracias fundacionales de su visión mística unitiva.
Si el hombre supiera lo que significa ser heredero de Dios, y ser heredero en Dios, de toda la obra de Dios, esto lo cambiaría todo en su existencia. Florin Callerand